Esta esta vez son los Estados Unidos quienes han puesto todo su peso para organizar una amplia operación cuyo objetivo es presentar el problema saharaui como un diferendo argelino-marroquí, legitimar la ocupación del Sáhara Occidental, ayudar a estabilizar a su aliado marroquí, y proponer al Frente Polisario una amplia autonomía o incluso una parte de su territorio histórico sin consultar al pueblo.
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Por Abdelaziz Rahabi
@AbdelazizRahabi عبد العزيز رحابي
La declaración de Steve Witkoff sobre una curiosa iniciativa de Estados Unidos es difícil de calificar, ya que Argelia no ha sido formalmente asociada a lo que parece ser el activismo desbordante del presidente Trump y su “diplomacia del acuerdo”. Lo que parece ser una mediación entre Argelia y Marruecos es, en realidad, una operación de influencia coordinada entre Estados Unidos, Francia y el Reino Unido en el Consejo de Seguridad, que han convertido en una herramienta para validar sus posiciones, especialmente sobre el Sáhara Occidental.
Estas tres potencias presentaron un texto que otorga al Consejo la posibilidad de transferir la soberanía saharaui a la potencia ocupante y de presentar esto como una garantía para la normalización de las relaciones entre Argelia y Marruecos.
El vínculo que se establece entre estas situaciones proviene de un espíritu neocolonialista y presenta erróneamente a Argelia como parte de una operación en la que no tiene ningún interés, salvo el de parecer sensible a las presiones extranjeras.
París, autor intelectual y material del “Plan marroquí de autonomía”, está actualmente trabajando en detallarlo para hacerlo más legible, siguiendo el modelo de Nueva Caledonia.
Los británicos, que durante mucho tiempo defendieron la autodeterminación, ahora se ven atrapados por su propia historia. Para ellos —como recientemente también para Rusia— una amplia autonomía puede considerarse una forma de autodeterminación. Gibraltar, históricamente tierra española e inscrita en la ONU desde 1946 como territorio no autónomo, debería poder beneficiarse legítimamente de este cambio en la doctrina británica.
Sin embargo, esta vez son los Estados Unidos quienes han puesto todo su peso para organizar una amplia operación cuyo objetivo es presentar el problema saharaui como un diferendo argelino-marroquí, legitimar la ocupación del Sáhara Occidental, ayudar a estabilizar a su aliado marroquí, y proponer al Frente Polisario una amplia autonomía o incluso una parte de su territorio histórico sin consultar al pueblo.
Estados Unidos también está preocupado por la expansión de la presencia rusa y china en África. Al no poder contar con los modestos medios de sus aliados africanos con fachada atlántica, busca establecerse en el Sahel —una vasta zona sin ley, muy inestable y que representa una verdadera amenaza terrorista—.
Es difícil creer que los problemas de nuestra región se resolverán al estilo de Oriente Medio, con equilibrios precarios, promesas financieras, diplomacia transaccional y efectos de anuncio. Sin negociaciones directas e incondicionales bajo los auspicios de la ONU entre el Frente Polisario y Marruecos, es irrealista pensar en una solución justa, duradera y definitiva a la cuestión saharaui.