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Washington cierra los ojos sobre Marruecos, cuyo masivo tráfico de cannabis alimenta las arcas del terrorismo yihadista en el Sahel

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Marruecos, un narco-Estado proveedor de los grupos terroristas del Sahel

Por Larbi Ghazala

Entre el tráfico de cannabis, los psicotrópicos que transitan por Libia y las redes criminales sahelianas, Marruecos se posiciona como un actor central de un continuum criminal destinado a debilitar a Argelia y desestabilizar toda la región. Y, sin embargo, Washington cierra los ojos sobre este aliado estratégico, en violación de sus propias leyes antinarcóticos y antiterroristas, dejando prosperar un sistema que alimenta indirectamente a los grupos yihadistas.

Argelia enfrenta una guerra asimétrica y latente, librada desde sus fronteras terrestres a través de al menos tres países vecinos. Una guerra sin declaración ni campo de batalla clásico, pero cuyas armas son la droga, el contrabando, los tráficos transnacionales y, en paralelo, un flujo continuo de fake news y ataques recurrentes en las redes sociales. El “objetivo de guerra” es, en cambio, transparente: debilitar tanto la economía como la seguridad nacional.

Al oeste, Marruecos, primer productor mundial de resina de cannabis, continúa inundando a sus vecinos del norte como del este. Hacia Europa, vía España, pero también hacia Argelia, a pesar de las incautaciones récord realizadas cada año¹. A día de hoy, el 80 % de la oferta mundial de cannabis proviene del Reino jerifiano, pero ningún tipo de sanción internacional apunta, directa o indirectamente, a este país productor².

Al sureste, alrededor de Tamanrasset, In Guezzam o Illizi, los contrabandistas sahelianos desempeñan un papel logístico central. No es cannabis lo que transita aquí en cantidad, sino cocaína llegada de América Latina y psicotrópicos desembarcados en Libia, transportados a través de las rutas de Malí, Níger y a veces Mauritania. Estos flujos refuerzan las capacidades financieras de los grupos terroristas de la región, justo cuando su primera fuente de ingresos –los rescates provenientes de secuestros– se ha ido agotando³.

Al este, Libia sigue siendo una brecha. El caos que aún reina allí, especialmente en las zonas controladas por el mariscal Haftar y su clan, ofrece una puerta de entrada a las redes criminales transfronterizas. Hoy, la frontera libia es un punto de paso para los psicotrópicos que inundan Argelia, pero también para la emigración clandestina, en la misma ruta que algunos tráficos de drogas⁴. La pista de los psicotrópicos conduce hasta la India: oficialmente enviados hacia Libia, estos productos se desembarcan en los puertos del este libio. Podría hablarse de un posible desvío tras la expedición, pero la recurrencia del fenómeno resulta llamativa: ¿cómo creer que las autoridades locales, del lado de Haftar, puedan ignorarlo? Su pasividad plantea la cuestión de una complicidad tácita en esta guerra asimétrica contra Argelia. Una connivencia que se inscribe en la continuidad de las estrechas relaciones que mantiene el campo de Haftar con Marruecos, tanto en el plano diplomático como en el de la seguridad. El relevo de esta influencia se materializa a través de Aguila Salah, presidente de la Asamblea libia y auténtico hombre de paja de Haftar, regularmente expuesto en los “shows” diplomáticos organizados en Rabat bajo el pretexto de la reconciliación nacional. Detrás de la puesta en escena, el objetivo es evidente: un intervencionismo marroquí asumido en Libia, con el recurrente pretexto de los acuerdos de Skhirat, convertidos en el alibi permanente de la agenda jerifiana en este país vecino.

A través de estos tres frentes, se dibuja un mismo hilo conductor: los tráficos convertidos en arma híbrida, alimentando las arcas del terrorismo e instalando un continuum mortífero donde el crimen organizado, la desestabilización económica y las amenazas a la seguridad se confunden, no solo contra Argelia, sino también contra el conjunto del Sahel y, más allá, hasta África Occidental.

Pero frente a esta ofensiva difusa, Argelia parece reproducir un esquema ya conocido: el de los años 1990, cuando combatió sola al terrorismo yihadista, aislada y privada de todo apoyo exterior a causa del embargo internacional de armas. En aquel entonces fue una imposición. Hoy es una elección que suscita interrogantes: ¿por qué mantener tal postura de aislamiento cuando existen mecanismos de cooperación bilateral, regional o multilateral que podrían aliviar el peso de esta guerra asimétrica? También cabe preguntarse sobre la aparente ausencia de estrategia respecto a la India, país de origen de los psicotrópicos que inundan Argelia. Ningún esfuerzo coordinado de presión diplomática, de intercambio de inteligencia o de seguimiento de los flujos financieros parece haberse formalizado para frenar este tráfico. En un contexto donde cada eslabón de la cadena transnacional es conocido, esta pasividad sorprende y plantea dudas sobre la eficacia global de la política argelina frente a la guerra asimétrica que padece.

La comparación resulta aún más llamativa al observar las posturas occidentales. Estados Unidos, absorbido por la lucha contra el fentanilo que devasta a su sociedad, sigue complaciendo a Marruecos, primer productor mundial de cannabis, cerrando ostensiblemente los ojos ante la magnitud de su papel en el tráfico global. ¿Cómo pueden los Estados Unidos cerrar los ojos sobre un aliado como Marruecos, cuyo masivo tráfico de cannabis alimenta las arcas del terrorismo yihadista en el Sahel? Y sin embargo, por infinitamente menos que eso, la administración Trump impuso sanciones a países como Cuba, Panamá o Guinea-Bissau. La cúspide del cinismo: al mismo tiempo, Rabat y sus lobbies se empeñan en hacer pasar al Polisario por una organización terrorista, reciclando fake news sin la menor prueba.

Un flagrante paradoxo estadounidense: al complacer a Marruecos, Washington pisotea sus propias leyes. El Kingpin Act (1999), destinado a sancionar a los Estados implicados en el narcotráfico a gran escala, jamás se aplicó al primer productor mundial de cannabis. El Foreign Assistance Act (1961), que prohíbe toda ayuda a los países vinculados al tráfico o al terrorismo, se contradice con los miles de millones inyectados en la cooperación militar y de seguridad con Rabat. El Patriot Act (2001), que impone el rastreo de los flujos financieros que alimentan el terrorismo, también es ignorado, mientras que los ingresos del cannabis marroquí benefician tanto al Majzén como a los grupos yihadistas del Sahel. La lógica del Trafficking Victims Protection Act (2000) también es vulnerada: las redes de droga, psicotrópicos y migración clandestina forman un continuum criminal transnacional tolerado. Finalmente, el antiterrorismo posterior al 11-S, pilar de las doctrinas de seguridad nacional estadounidenses, queda vacío de sentido: ¿cómo luchar realmente contra el vínculo droga-terrorismo mientras se cierran los ojos sobre Marruecos, verdadero narco-Estado?

Mientras Washington cierra los ojos, Francia también se muestra indulgente, en particular a través de la postura de su ministro del Interior, Bruno Retaillaut, quien proclama hacer de la seguridad su prioridad n.º 1. Sin embargo, nunca menciona el origen del cannabis que envenena al país y gangrena a cientos de barrios, aun cuando el 80 % de esta droga proviene de Marruecos. Con regularidad se anuncian medidas de seguridad, pero nunca Francia critica o apunta al Reino jerifiano. Por el contrario, Argelia se encuentra regularmente bajo el fuego de críticas, a veces por motivos mucho más marginales. El hecho de que las extradiciones de los grandes capos se realicen desde Marruecos únicamente cuando el Reino acepta cooperar confirma, indirectamente, una realidad inquietante: el país actúa también como una base de repliegue santuarizada para esos traficantes, facilitando el mantenimiento y la circulación de las redes criminales, siempre que gasten en Marruecos, mientras dejan prosperar el tráfico hacia Europa y Argelia.

Al preservar a Marruecos, París y Washington protegen sus intereses inmediatos, pero cierran los ojos ante un tráfico que alimenta el terrorismo que pretenden combatir. Un cálculo cínico en el que las ganancias a corto plazo priman sobre la seguridad regional y sobre las verdaderas soluciones.

Por Larbi Ghazala

  1. APS – Incautaciones récord de cannabis y psicotrópicos en Argelia, 2023
  2. Le Monde – Estados Unidos y el fentanilo, 2024
  3. ADF Magazine – Tráfico de drogas y terrorismo en el Sahel, 2024
  4. Voyage.gc.ca – Frontera libia y tráfico, 2024

Fuente: Fil d’Algérie, 18 de agosto de 2025

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